Su vida comienza y termina sobre una tabla con ruedas. El cemento, la vida urbana, las escaleras, los estacionamientos, las esquinas y las barandas son su hábitat natural. Algunos pasan más de 4 horas al día sobre el skateboard. Muchos lo usan como medio de locomoción. Los que viven en La Dehesa llegan hasta el Parque Bustamante en su tabla. Los del centro ascienden hasta Providencia y Vitacura en busca de asfaltos menos resquebrajados y con menos hoyos para practicar sus trucos.
Practicar skateboard no es económico, pero de algún modo los chicos de Lo Barnechea, Providencia, Ñuñoa e, incluso, de La Pintana se las ingenian con más o menos pesos para tener su tabla, que, si utilizan mucho, puede llegar a durarles apenas un mes. Cada tabla cuesta entre 20 y 35.000 pesos. Las ruedas valen entre 11.000 y 18.000 pesos y el truck donde se adosan a la tabla entre 23 y 25.000 pesos. Los rodamientos también se compran aparte y cuestan entre 8 y 15.000 pesos.
Estos chicos no usan ni cascos, ni rodilleras. Son osados y sus límites los pone sólo el dolor o una estadía en la Unidad de Cuidados Intensivos de algún hospital cercano que los recibe con quebraduras en el mentón, dedos o piernas o, incluso, con algún tec cerrado.
Los padres sufren. Esa maldita tabla les roba horas de estudio, los hace permanecer demasiadas horas en la calle haciendo quién sabe qué, los lleva a juntarse con chicos desconocidos de todos los sectores sociales y mundos del Gran Santiago, y, para colmo, viven con el terror oculto de que un día cualquiera los llamen por teléfono avisándoles que su hijo yace con la cabeza partida sobre el caliente pavimento de la ciudad.
Enojo de los vecinos
Pero los patinetistas siguen su vida como si importara poco la opinión de sus padres o de los carabineros que hasta han llegado a detenerlos por deslizarse por las escaleras y barandas de la ciudad. Nelson Díaz, un destacado skater de 19 años y que hace más de ocho que practica este pasatiempo, relata en medio de su desdén por todo lo que no sea conversar sobre tablas, que él no ha sido detenido sólo porque es rápido y sabe huir. A veces los carabineros se quedan con las manos atadas. No pueden meter a un furgón policial a los 30 patinetistas que se encuentran deslizándose en algún lugar donde los vecinos han reclamado porque hacen ruido o porque con sus tablas están destrozando las barandas o escaleras de cemento.
Los vecinos de la remodelación San Borja, en Marcoleta entre Lira y Portugal, han tomado medidas personales contra los chicos sobre ruedas. Este sitio, conocido como "la peluchona" por los skaters, es uno de los mejores para "hacer" barandas y escaleras (lanzarse sobre ellas). Desde las altas torres de San Borja, sus habitantes ya no llaman a la fuerza pública. Han optado por lanzar agua, la que a veces está recién hervida, para ahuyentar a los chicos de esa zona. "A un amigo mío todavía le quedan las marcas de quemadura en la espalda después de que una vieja del San Borja le lanzó encima una bolsa de agua hirviendo", dice Marco Badilla del Granville's College, mientras se desliza con el cuerpo sudado en Bilbao con Bustamante, para lograr un ollie, uno de los saltos o trucos básicos de los skaters. Otros vecinos más iracundos han llegado a lanzar orina desde las alturas sobre los jóvenes skateboarders.
Ellos miran las calles con otros ojos. Se fijan en lo liso o rugoso del suelo, en los lomos de toro, en qué tan buena es la caída de una escalera y en cuáles barandas se pueden apoyar.
Practicar skateboard no es económico, pero de algún modo los chicos de Lo Barnechea, Providencia, Ñuñoa e, incluso, de La Pintana se las ingenian con más o menos pesos para tener su tabla, que, si utilizan mucho, puede llegar a durarles apenas un mes. Cada tabla cuesta entre 20 y 35.000 pesos. Las ruedas valen entre 11.000 y 18.000 pesos y el truck donde se adosan a la tabla entre 23 y 25.000 pesos. Los rodamientos también se compran aparte y cuestan entre 8 y 15.000 pesos.
Estos chicos no usan ni cascos, ni rodilleras. Son osados y sus límites los pone sólo el dolor o una estadía en la Unidad de Cuidados Intensivos de algún hospital cercano que los recibe con quebraduras en el mentón, dedos o piernas o, incluso, con algún tec cerrado.
Los padres sufren. Esa maldita tabla les roba horas de estudio, los hace permanecer demasiadas horas en la calle haciendo quién sabe qué, los lleva a juntarse con chicos desconocidos de todos los sectores sociales y mundos del Gran Santiago, y, para colmo, viven con el terror oculto de que un día cualquiera los llamen por teléfono avisándoles que su hijo yace con la cabeza partida sobre el caliente pavimento de la ciudad.
Enojo de los vecinos
Pero los patinetistas siguen su vida como si importara poco la opinión de sus padres o de los carabineros que hasta han llegado a detenerlos por deslizarse por las escaleras y barandas de la ciudad. Nelson Díaz, un destacado skater de 19 años y que hace más de ocho que practica este pasatiempo, relata en medio de su desdén por todo lo que no sea conversar sobre tablas, que él no ha sido detenido sólo porque es rápido y sabe huir. A veces los carabineros se quedan con las manos atadas. No pueden meter a un furgón policial a los 30 patinetistas que se encuentran deslizándose en algún lugar donde los vecinos han reclamado porque hacen ruido o porque con sus tablas están destrozando las barandas o escaleras de cemento.
Los vecinos de la remodelación San Borja, en Marcoleta entre Lira y Portugal, han tomado medidas personales contra los chicos sobre ruedas. Este sitio, conocido como "la peluchona" por los skaters, es uno de los mejores para "hacer" barandas y escaleras (lanzarse sobre ellas). Desde las altas torres de San Borja, sus habitantes ya no llaman a la fuerza pública. Han optado por lanzar agua, la que a veces está recién hervida, para ahuyentar a los chicos de esa zona. "A un amigo mío todavía le quedan las marcas de quemadura en la espalda después de que una vieja del San Borja le lanzó encima una bolsa de agua hirviendo", dice Marco Badilla del Granville's College, mientras se desliza con el cuerpo sudado en Bilbao con Bustamante, para lograr un ollie, uno de los saltos o trucos básicos de los skaters. Otros vecinos más iracundos han llegado a lanzar orina desde las alturas sobre los jóvenes skateboarders.
Ellos miran las calles con otros ojos. Se fijan en lo liso o rugoso del suelo, en los lomos de toro, en qué tan buena es la caída de una escalera y en cuáles barandas se pueden apoyar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario